El llamado de la montaña. La primera vez que lo escuché quizás cuando tenía 6 años. Era un niño, sin embargo en nuestra casa de Los Andes cada vez que me despertaba iba con Jesús a la montaña. Caminábamos por horas, a veces la señora Mercedes, a quién conocí caminando, nos acogería y nos ofrecería un jugo y unas arepas andinas.
Aprendí a acercarme a la montaña, a entender que cada día es distinto. Descubrí el Páramo. El páramo es un ecosistema que yo considero medianamente salvaje, nunca sabes qué esperar a partir de mediodía. Puede nublarse, llover, tronar, y a veces llenarse de neblina por horas donde no puedes ni ver a 3 metros de distancia.
Estas son simplemente algunas fotos de mi primera cumbre en Venezuela. El Mifés 4630 metros más cerca del cielo
Carlos y yo teníamos una deuda pendiente con él. Aprendimos mucho, nos bañamos en las aguas frías de las cascadas que brotan de este pico que en algún momento de la historia fue un Glaciar. Sus aguas nos cargaron de energía.
Los Andes tienen un lugar especial en mi vida, en mi corazón y en mi alma. A veces damos por sentado estando en Venezuela, estresados por la vida y la situación cotidiana y nos olvidamos que tenemos la cordillera continental más larga de todo el planeta. Muchas de las aguas que llenan nuestros ríos vienen de ahí.
La montaña está ahí, esperándote. Cada día será distinto, acércate, descubre, arriésgate, salta, atrévete, muévete, corre, llora, detente, ríe. Son solo algunos verbos que se me ocurren. Eso es vida. Como es de costumbre recordarle a mis amigos y a mis conocidos, incluso a los que no conozco, si les apetece venir a las montañas basta con que me escriban un mensaje. Será un gusto acogerlos en una nueva aventura.
Los quiero,
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